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Ascensión del Señor, Ciclo C (2025)

Hay varias maneras de entender esta fiesta: es el elemento final del gran misterio tripartito que llamamos el Misterio Pascual : la Pasión, Resurrección y Ascensión de Jesús. Además, marca el momento crucial en el que los seguidores de Jesús tendrían que asumir el liderazgo en la misión de construir el Reino. En tercer lugar, alude al momento en que la humanidad ascendió formalmente al cielo. Estas son explicaciones teológicas objetivas, pero para los discípulos, quizás la Ascensión de Jesús pueda entenderse simplemente como un período de espera e incertidumbre.


Digo esto en relación con las palabras de Jesús al final del Evangelio que acabamos de escuchar. Jesús les dio a sus discípulos una última instrucción, recordándoles que aún les quedaba mucho por hacer: ir a todas las naciones predicando el arrepentimiento y el perdón de los pecados. Les dijo que debían ser testigos de Jesús mismo con su ejemplo. Pero también les dijo: « …miren, yo les envío la promesa de mi Padre; pero quédense en la ciudad hasta que sean revestidos del poder de lo alto».


En otras palabras, antes de salir al mundo y entregar sus vidas como testigos, necesitaban el Espíritu Santo, la promesa que el Padre de Jesús les enviaría. Después de todo, sin el Espíritu Santo, estarían completamente incapacitados para una tarea tan grande. Él lo deja claro: por ahora, quédense en Jerusalén y esperen.

 

Tú y yo, con la perspectiva que da el tiempo, sabemos que el Espíritu Santo prometido sería derramado sobre ellos diez días después, y cómo y cuándo sucedió todo: aquel Pentecostés. Pero aquellos discípulos a quienes Jesús hablaba, al haber recibido tan pocos detalles, no sabían qué esperaban ni cuándo llegaría. Y sospecho que si se hubieran atrevido a pedirle más claridad, Jesús les habría dicho: « Dejen de hacer preguntas sin sentido… Quédense donde están y esperen… tengan fe».


Así que se quedaron y esperaron. Pero con tanta incertidumbre, esa espera debió de ser mental, emocional y espiritualmente agotadora.


Me hace pensar en momentos en los que he visto a personas permanecer cerca de sus seres queridos con gran fervor mientras se acercan a la muerte, sin saber si esta llegará con el próximo aliento o, por el contrario, dentro de unos días… esperando en esa incertidumbre.


Me hace pensar en las circunstancias de nuestra vida en las que esperamos que las cosas mejoren; tal vez cuando esperamos con esperanza una llamada de un posible empleador; cuando esperamos con preocupación por nuestros hijos que toman decisiones poco saludables o incluso dañinas, preguntándonos cuándo finalmente volverán al buen camino; esos momentos de la vida en los que nos preguntamos cuándo se cumplirán las promesas de Dios de cuidarnos.

           

Esperar es difícil y solemos rendir mal cuando nos toca esperar. Como los israelitas, que esperaron al pie del monte Sinaí, día tras día, a que Moisés y Dios aparecieran y les revelaran un plan para guiarlos hacia la gran promesa. Cansados de esperar, decidieron tomar las riendas del asunto y crearon un becerro de oro al que adorar como a un dios (Éxodo 32). De forma similar, en nuestra espera, nos vemos tentados a buscar soluciones alternativas a aquello que anhelamos.


Gran parte de la vida espiritual requiere espera. Sin embargo, en una cultura como la nuestra, que considera la espera una maldición o una carga, estamos tan preocupados por lo que está por venir y por construir nuestro futuro terrenal, que la paciencia y la espera nos resultan ajenas. La consecuencia de esta inquietud es que Dios tiene poco o ningún tiempo ni espacio para hablarnos, guiarnos, hacernos sentir su presencia y mostrarnos cómo se cumplen sus promesas. La espera paciente y el estar verdaderamente presentes, en el momento, es algo que todos haríamos bien en cultivar.


Hacia dónde nos guía Dios: aquello que nos llama a dejar atrás, se descubre en ese espacio. Todo reside en la espera paciente, permitiéndole venir a nosotros en el presente. Como les dijo a sus discípulos justo antes de ascender, creo que Jesús nos diría también: Dejen de intentar forzar las cosas. Permanezcan firmes, tranquilos y esperen. La promesa de mi Padre se cumplirá.

 
 
 

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